Por décadas, la literatura quintanarroense ha sido un río subterráneo: fluida, poderosa, pero aún en proceso de emerger al gran cauce nacional. Anclada en un territorio donde el Caribe besa la selva y la historia maya resiste en los muros, la escritura en Quintana Roo se gesta como una mezcla de raíz, frontera y utopía.
Lejos de la centralidad editorial del altiplano, aquí las letras se han forjado con voz propia. Desde los relatos fundacionales de Jorge González Durán, hasta la narrativa joven y aguda de autores como Juan Rosales o la contrapoética filosófica de Mared Guerra, la literatura local desafía las categorías convencionales: no es solo regionalismo, ni turismo literario, ni exotismo temático. Es, más bien, una expresión en resistencia: contra el olvido, contra la mercantilización de la cultura, contra la homogeneización del pensamiento.
La poesía, en particular, ha encontrado en Cancún, Chetumal, Bacalar y Tulum pequeñas trincheras de luz. Colectivos emergentes, lecturas públicas, editoriales independientes y movimientos están gestando una nueva cartografía. Una poesía que dialoga con lo político, lo existencial y lo ambiental, sin pedir permiso.
Hoy más que nunca, la literatura quintanarroense merece ser leída con atención. No como nota al pie de otras tradiciones, sino como una apuesta estética y ética por narrar un México múltiple. Desde esta esquina luminosa del país, entre huracanes, cenotes y avenidas que nunca duermen, hay escritores escribiendo el porvenir.
Y eso, ya es revolución.