“No son del mar tus palabras”: lectura académico-literaria del primer poema de Daniel Cabrera Padilla en El cantar persiste
La antología El cantar persiste es, a la vez, un gesto de memoria y una cartografía de voces del Caribe mexicano: un libro coral que rinde homenaje a Javier España Novelo y confirma la vitalidad de una comunidad poética. En ese marco, el primer poema de Daniel Cabrera Padilla, “No son del mar tus palabras”, actúa como pieza liminar: convoca el mar y la ciudad, las raíces y la lectura, la figura del maestro y la persistencia del canto.
1) La obra y su momento: por qué “el cantar” persiste
Publicada por Editorial Rotación como primera edición en diciembre de 2022 (ISBN 979-8370087318), la antología El cantar persiste se declara desde su portada como un “Homenaje a Javier España Novelo”. La información editorial ancla el libro en una temporalidad y un sello concretos —Rotación— y lo sitúa en un doble movimiento: celebrar a un poeta y articular, mediante la curaduría, una escena literaria cuya pluralidad es su fuerza. En términos de proyecto, el volumen opera como una “casa común” que reconoce genealogías y, al mismo tiempo, abre un espacio de resonancias entre autores de generaciones y registros distintos. Todo ello subraya la naturaleza performativa del título: el canto que persiste no es sólo el del homenajeado, sino el de quienes, al cantarlo, refrendan su vigencia.
Este carácter coral está explícito desde el índice, donde conviven voces ya canónicas en el ámbito regional con otras que han emergido en años recientes. La nómina —Daniel Cabrera Padilla, Ramón Iván Suárez, Agustín Labrada, Miguel Ángel Meza, Meztly Vianey, Cristian Poot, Israel Miranda, Jorge Orlando Correa, David Ortiz, Alí Benítez, Mabel Quinto, Jorge Yam, Donny Brito, Ana Mar Moreno, Mauricio Ocampo, Citlali Chargoy, David Guerrero, Alma Freyre, Gilda Gabriela Guerrero, Leticia Flores, Miguel Ángel Morales Beiza, entre otros— dibuja un mapa de interlocuciones y herencias. Así, el libro no sólo documenta: interviene en una tradición en curso, ofreciendo una escena de lectura en la que el homenaje se vuelve, literalmente, plataforma de continuidad.
2) Daniel Cabrera Padilla: una voz que teje ciudad, memoria y canto
La breve semblanza de Cabrera Padilla lo sitúa de entrada: nacido en Chetumal, perteneciente a la primera generación del taller “Syan Ka’an” de Bacalar, becario en tres ocasiones del Instituto Quintanarroense de la Cultura, con una temprana mención honorífica en el primer concurso nacional de haikú en español de Japan Air Lines (1990) y el Premio Estatal al Mérito Juvenil (1994). Se refiere también su autoría de la letra del himno al CREN “Lic. Javier Rojo Gómez”, la publicación de plaquettes y libros de poesía, además de su presencia en antologías estatales. Más que un listado de méritos, estos datos inscriben su escritura en dos líneas decisivas: el arraigo regional (Chetumal/Bacalar) y la pertenencia a una red de formación y circulación de poesía en el sureste peninsular.
A partir de ese anclaje biográfico, su poética exhibe una doble fidelidad: a la imagen natural (mar, ceibas, bahía) y al espacio cívico (el boulevard, la toponimia local como Punta Estrella). Cabrera tiende puentes entre el paisaje físico y el paisaje afectivo, y su dicción —de una musicalidad deliberada— transforma el referente en emblema: la bahía de Chetumal deja de ser un fondo para volverse ritmo y memoria, es decir, materia del canto. Esta operación será clave para su poema inaugural en la antología.
3) Javier España Novelo: rigor, conocimiento y exorcismo
Para leer con propiedad el texto de Cabrera conviene precisar quién es el destinatario del homenaje. Javier España Novelo —nacido en Chetumal en 1960— consolidó su formación en Mérida y, tempranamente, estableció rasgos de trabajo que han definido su obra: rigor, coherencia y una relación con la poesía como camino hacia el conocimiento (en sintonía con José Lezama Lima) y como forma de “vivencia oblicua” donde el sentido emerge de relaciones inusitadas. A ello se suma una labor pedagógica sostenida: coordinación de talleres (Instituto de Cultura; Universidad de Quintana Roo) y formación de escritores, a quienes ha acompañado con una ética del oficio. El ensayo que abre la antología, “Javier España Novelo y la poesía contra el caos”, describe con puntería esa doble condición de poeta y maestro, y subraya el carácter exigente y liberador de su escritura.
En esa lectura crítica, España aparece como un autor que “apuesta al rigor sin concesiones”, cuya poesía —lejos de la emoción epidérmica— conmueve la zona más honda del espíritu al activar los miedos primordiales: identidad, incertidumbre, soledad, muerte. De ahí que su obra resulte acto de exorcismo y ejercicio espiritual para la comunidad literaria: una poética que, enfrentando el caos, fija experiencias en imágenes y mantiene abierto el acceso a una ética de la palabra.
No es casual, entonces, que la antología inserte, como piedra de toque, el poema “El oficio”, donde se afirma explícitamente la centralidad de la palabra como trabajo: “desnudar la violencia de los mitos / … / el oficio sin rostro, la palabra”. Situar esta pieza antes del resto de las contribuciones orienta la lectura: cada homenaje no sólo canta a Javier España —exhibe su herencia técnica y ética— sino que prueba, en su propia ejecución, qué entiende por “oficio” la comunidad que lo homenajea.
4) El poema: “No son del mar tus palabras” (apertura, imágenes, tonos)
El primer movimiento del poema de Daniel Cabrera es musical: “La música del mar, la que nace en tus palabras, / me acompaña cada tarde en el boulevard”. El verso sitúa una escucha: el mar suena, sí, pero su música “nace en tus palabras”, es decir, la naturaleza se oye a través de la escritura de España. No se trata de un mimetismo romántico, sino de una mediación: el poema tiende a una poética de la lectura donde el mar es ya lectura. El “boulevard” —espacio urbano por excelencia de Chetumal— desplaza la escena hacia lo cotidiano y funde paisaje natural y tránsito ciudadano: “nidos y cantos y vuelos” completan el campo acústico, y la insistencia en “Cantemos” (anáfora que abre dos versos) convoca un coro.
Enseguida, el poema personaliza la invocación: “hoy es un buen día para decir tu nombre, Javier, / tu nombre de agua, tu nombre de plumas”. El nombre propio se carga de metáforas que vencen la tentación de fijarlo en una estatua (nombre-símbolo) para hacerlo elemento (agua, plumas). La imagen dobla su sentido: el agua remite al lugar (bahía), pero también a la fluidez de un decir que no se petrifica; las plumas sugieren escritura y vuelo, transitividad que niega el monumento y prefiere el viento.
El sintagma que da título al poema —“No son del mar tus palabras”— introduce un contraste productivo: si el mar parecía la fuente casi evidente de la música, el poema corrige: no son del mar; son de “tus huesos que pierden su color / pero avivan los atardeceres de Chetumal”. Esto es decisivo: la palabra no proviene de una naturaleza idealizada; nace del cuerpo, de la finitud (huesos), de una experiencia histórica y mortal que, paradójicamente, enciende la ciudad al atardecer. España no habla “desde” el mar; el mar resuena porque hay palabra encarnada. La elegía se resuelve en una potencia de color (atardeceres) y de lugar (Chetumal), devolviendo el canto al espacio donde hizo comunidad.
A partir de ahí, el poema traza un mapa afectivo y geográfico: las ceibas que “permanecen de pie” son emblema de memoria vertical; Punta Estrella y las palmeras, que “bailan al ritmo de tus versos”, figuran un ballet coral entre botánica y dicción. Hay una sintaxis de la permanencia (“siguen dando sombra al corazón que se desgaja”) que anuda biografía y comunidad: la sombra de los versos ampara en “esta tierra de historias olvidadas”. La deíxis (“esta”) implica un gesto: señalar, en el presente, la urgencia de recordar.
Cuando el poema afirma que “no son del mar tampoco / los trazos que van dejando tus escritos”, desplaza el eje hacia la obra y sus efectos: la tarde “sale a cabalgar” por los versos y recorre “los caminos del precipicio mortal”. La imagen ecuestre —“belfos”— sostiene la intensidad de esa travesía, y al mismo tiempo sugiere una ética del permiso: la tarde “te pide permiso para continuar / sin rumbo fijo”. En una elegía convencional, el muerto suele ser conducido; aquí, es la tarde la que solicita pasar, y el permiso proviene del homenajeado: España, como poeta-maestro, mantiene la llave del tránsito.
La estrofa siguiente condensa la poética del homenaje: “No hay resquicios que comprometan la magia de tu poesía: / una luz permanece al abrir cada libro”, lo que revela la confianza en la obra como presencia (“te miro, te escucho lento y sereno / al pasar página por página”). Más adelante, se subraya la resiliencia: “Hay huracanes que se han reído de tus pasos / pero siempre los vences hasta con silencios”. Esta antítesis —huracán vs. silencio— es particularmente caribeña y alude a otra dimensión del maestro: su discreción, ese “exceso de racionalidad” señalado por la crítica que, sin embargo, enciende “nuestros atavismos”.
La pregunta “¿Dónde están tus raíces de polvo y piedra? / ¿Dónde aquella voz que en una bicicleta retaba al viento?” devuelve al plano urbano y social una imagen entrañable: el poeta en bicicleta, figura que hilvana las calles, el taller, la universidad. Al final de esta secuencia, el cierre afirma sin ambages la inscripción cívica de España: “recorro las calles donde caminabas / y la gente sabe tu nombre, / conoce tus versos: en esta ciudad se tatúa tu historia.” El imperativo de memoria —“tatúa”— convierte la biografía en escritura sobre la ciudad: Chetumal como palimpsesto.
5) La retórica del canto: anáfora, toponimia, comunidad
Uno de los hallazgos más notables del poema es su economía retórica: lejos de forzar una solemnidad luctuosa, Cabrera opta por procedimientos de canto —anáfora (“Cantemos”), paralelismos, apelaciones directas— que montan un pequeño ritornello en torno al nombre y a los lugares. La toponimia cumple aquí una función doble: por un lado, concretiza (“boulevard”, “Punta Estrella”); por el otro, sincroniza el tiempo del poeta y el tiempo de los lectores, que reconocen “sus” sitios. El resultado es una elegía comunitaria que evita la privatización del duelo y la rueda hacia la ciudad como sujeto del recuerdo.
La musicalidad destaca por su sobriedad: la prosodia es llana, de cadencias amplias; los encabalgamientos tienden a “oxigenar” el verso sin desbordarlo, en armonía con una paleta imaginal nítida (agua, plumas, ceibas, palmeras, bahía, huracanes). Cabrera da la sensación de “conocer” los límites de la imagen en función de la transparencia del homenaje: no busca el brillo retórico en sí mismo, sino la exactitud emotiva que permita que el lector escuche (otra vez, música) aquello que la memoria reconoce como propio.
6) El lugar del poema dentro del libro: abrir el oído de los demás
Que el poema de Cabrera aparezca en los primeros compases de la antología no es un accidente. Su tono —elegíaco, pero afirmativo— cartografía un modo de leer a España: como maestro (la bicicleta que reta al viento), como escritor (la luz que permanece al abrir cada libro), como ciudadano (la historia tatuada en la ciudad). Ese tríptico ordena de manera tácita la lectura del resto de las contribuciones, donde los poemas, en sus registros más íntimos o experimentales, remiten de una u otra forma a la pregunta central de la antología: qué persiste del cantar cuando el tiempo pasa.
En ese sentido, “No son del mar tus palabras” cumple una función estratégica: alegoriza cómo la obra de España media entre el paisaje y la comunidad, sin reducirse a un pintoresquismo costumbrista ni a un hermetismo de laboratorio. La prueba está en la recepción: el poema salta con naturalidad a la voz plural (“Cantemos”), incorpora lugares concretos, y, al hacerlo, enseña a leer la obra del homenajeado dentro de su ciudad, no como pieza aislada. La elegía deja entonces de ser clausura para convertirse en recompensa: la persistencia de un modo de decir que sigue “dando sombra al corazón” de quienes viven allí.
7) Miguel Ángel Morales Beiza: la dirección de una comunidad
Toda antología tiene una poética de la selección; y toda selección, a su vez, expresa un concepto de comunidad. La semblanza de Miguel Ángel Morales Beiza —poeta y promotor radicado en Quintana Roo desde 1985, con libros y antologías previas— ayuda a comprender el tipo de “escucha” editorial que ordena el volumen: una que busca tender puentes entre generaciones, talleres y sellos, y que entiende la edición como trabajo de hospitalidad. Su presencia como autor en el índice y como responsable de la reunión de textos subraya la figura del editor-poeta, capaz de reconocer timbres y de colocarlos en diálogo.
No es un dato menor que los textos hayan sido también traducidos al maya, gesto que amplía la comunidad de recepción y, simbólicamente, devuelve el canto a un horizonte lingüístico propio de la península. La antología, así, no sólo homenajea: edifica una casa de ecos donde los poemas dialogan a contrapunto y en más de una lengua.
8) Una mención comparativa: la tensión con lo contrapoético
Como pide la lectura editorial, una mención breve y sutil a otro momento del libro ayuda a calibrar el rango tonal de la antología. Pienso en “Mientras absurdo el acto”, de Alí Benítez: “Mientras absurdo el acto ocurre, la palabra empeora, / el dolor se versifica sin lealtad ni desengaño…”. Frente al canto comunitario de Cabrera, el texto de Benítez dramatiza el ruido de la autoconciencia poética y su malestar con la lengua: se interroga por la posibilidad misma de decir (“la prosa renuncia…”, “la enemiga de la vergüenza salta de línea en línea”) y ensaya una sintaxis quebrada, de énfasis metapoéticos. El contraste es significativo: el poema de Cabrera invoca la palabra que hospeda; el de Benítez trabaja, con deliberada aspereza, la palabra que hiere y se deshace. Ambos convergen en algo que los hermana con España: el reconocimiento de que el oficio está hecho a la vez de luz y de fractura.
9) Cierre: la elegía como acto de comunidad
Si una antología de homenaje corre el riesgo del alusivo intrascendente, El cantar persiste lo evita mediante la combinación de tres decisiones curatoriales: a) abre con un ensayo crítico que piensa la poética de España —su rigor, su apuesta por el conocimiento, su ética pedagógica—; b) coloca al inicio un poema propio del homenajeado que explicita el “oficio” en términos de palabra y trabajo; c) convoca poemas que, como el de Cabrera, practican una elegía que es, al mismo tiempo, una celebración del lugar y la lectura. El resultado es un libro que no se limita a recordar, sino que enseña a leer: a escuchar en el mar la música que ya estaba en las palabras, a ver en la ciudad la historia tatuada del poeta.
En “No son del mar tus palabras”, Daniel Cabrera Padilla hace dos cosas a la vez y las hace bien: reconoce a Javier España en su diferencia —un poeta de huesos y silencios que vencen huracanes— y devuelve su figura al tejido concreto que la sostuvo: la bahía, el boulevard, las ceibas, las palmeras, Punta Estrella, la gente que conoce su nombre. Este doble movimiento desactiva la tentación de la estatua y privilegia la gramática del oído: la palabra, como oficio, se escucha en comunidad. Que el libro se llame El cantar persiste no es casualidad: el poema de Cabrera demuestra, en su forma, que la persistencia del canto es menos una metáfora que un modo de habitar la lectura compartida.
Ficha mínima
- Poema reseñado: “No son del mar tus palabras”, de Daniel Cabrera Padilla.
- Libro: El cantar persiste. Antología poética. Homenaje a Javier España Novelo. Primera edición: diciembre 2022; ISBN: 979-8370087318; © Editorial Rotación.
- Ensayo de apertura: “Javier España Novelo y la poesía contra el caos” (Norma Quintana).
- Poema de referencia del homenajeado: “El oficio” (“el oficio sin rostro, la palabra”).
- Dirección/curaduría: Miguel Ángel Morales Beiza.
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